jueves, 13 de octubre de 2011

UN DIA DE AGOSTO...

Se levantó temprano como siempre, durante los últimos días había estado deseando que llegara aquel momento. Se le había hecho eterno. Eran muchos meses pensando en ello y, a pesar de todo, todavía no estaba seguro de que fuese cierto. Pensó en su aspecto, en los detalles, cualquier detalle. Cuidó cada parte de su cuerpo para ella. Era un cita visualizada muchas veces.

Llegó pronto a la estación, tomo café y se sentó a leer el periódico mientras miraba los paneles con impaciencia. Su corazón le transmitía sensaciones únicas, esperaba como quien espera a alguien muy querido al que hace mucho tiempo que no ve. Como si fueran a hacerle el mejor regalo de su vida. No esperaba a un extraño. Esperaba un sueño hecho realidad.

El panel de llegadas marcó un retraso inesperado y esto empezó a impacientarle aún más. Tendrían menos tiempo. Al fin empezaron a salir los viajeros y sus ojos buscaron su figura. No tardó en verla aparecer. Inconfundible. Esperó en la puerta a que se acercara. ¿Cual sería su reacción?. Se dejó llevar y le abrazó igual que si la conociera hace años. Suspiró aliviado y contento y beso su cabello. Fue tan emocionante y placentero como esperaba, pero distinto. La quería en su imaginación y aquello confirmó lo que ya sentía. La hubiera comido a besos allí mismo, tanto la deseaba... pero había poco tiempo.

Deprisa, apresurados, mientras caminaban, sus manos unas veces unidas, otras separadas, el cruce de sus miradas, transmitían sensaciones juveniles olvidadas. Flotaba en una nube. No podía apartar sus ojos de ella. Le miraba cuando andaba, cuando hablaba, cuando sonreía y, curiosamente, no vino a su mente ni un solo momento anterior. Era todo nuevo, todo perfecto.

Una semana atrás había preparado lo que ella llamaba plan B. Considerado la parte más delicada, tenía que ser algo distinto. Buscó en Internet. Conocía muchos buenos hoteles, pero le pareció demasiado clásico, recorrió moteles, pensiones, habitaciones por horas... Confió en que su instinto le guiaría. Cuando encontró el lugar no tuvo dudas. Hizo la reserva no sin antes visitarlo y asegurarse de que era adecuado. Seguro que le gustaría: limpio discreto, distinto.

Antes comieron algo, aunque sinceramente el no tenía nada de hambre. Fue un momento de cortesía. Se lo hubiera saltado con gusto, pero había prometido tratarla como a una princesa, que se sintiera cómoda y segura. A él no le preocupaba nada la comida. Solo ella, únicamente ella. Buscó un lugar cercano al plan B y solos en el salón pidieron algo ligero. Allí fue el primer beso, se sentía como un principiante y a la vez un veterano -tiempo después le costaría recordar este momento: el beso, su sabor, el lugar. Aunque ahora si, ahora lo ha sentido de nuevo-.

Después de amarse, perder el sentido del tiempo, por primera vez solos, felices, juntos en cuerpo y alma, sin preguntas, se ducharon, se vistieron y tan naturalmente como llegaron, dejaron la llave en el mostrador y comenzó la parte más dura: la despedida. Vio como se alejaba y esperó a que desapareciera.

Él se fue al parque, se sentó y esperó su llamada. Mientras disfrutó recordando cada segundo de aquel inolvidable día. Cuando leyó su mensaje fue el hombre más feliz del mundo y prometió en su interior darle todo el amor que se merecía. Volverían a verse, seguro.

Regresaron a sus respectivos mundos vestidos con algo nuevo, con algo distinto: cada uno con la piel del otro.

Un maravilloso día de Agosto...

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