Postrado, delgado, sin decir nada. Miro dentro de sus ojos, oscuros, profundos, antes de alegría, intento encontrar una respuesta, un atisbo de vida. Nada, no hay luz, no hay vida. Pienso que me he equivocado y vuelvo a hacerlo cada día. A veces, me parece encontrar un rescoldo, una brasa, una lágrima, pero no, es mi reflejo, las lágrimas son mías.
Le pido que no lo haga, que no se vaya, que tiene el perdón de todos, le prometo cuidarle, hacerle más caso, ayudarle en su nueva vida. El destino no quiere, le tiene marcado, manchado de SIDA. Echo de menos su voz, sus chistes, sus abrazos, también esa parte canalla -como dice mi amiga- y sobre todo, en los ojos de mi madre, ese brillo especial, su sonrisa, y sus palabras en silencio que resuenan en mi mente: te quiero hijo, te quiero, a pesar de todo... Sólo tenía 33 años, el nombre y la edad de Jesús.
Tengo el corazón encogido, los ojos húmedos, el recuerdo imborrable... hace mucho tiempo cuando empezó todo, fue diciembre... no lo creía. Aún no lo creo. Te llevo conmigo, siempre, hermano. De vez en cuando, miro al cielo y te veo vestido de Ángel, purgando tus penas. Lo haces muy bien, cuida de todos...
Ya nos veremos.
Mi reconocimiento expreso para la organización APOYO POSITIVO. Sus abnegados miembros deberían ser ejemplo para todos nosotros.
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